martes, 14 de octubre de 2014

Este blog ha llegado a su fin

Así es, se trata de la última entrada cuyas letras verá publicadas este blog. Pero, como todo, tiene un motivo y una repercusión, que en este caso son positivos.
La cuestión es, básicamente, que ha habido un cambio tan profundo y determinante en el trasfondo y sentido de mi escritura (esto vienen a ser mi vida y mi forma de pensar) que he decidido crear un blog nuevo, con otro nombre, otra imagen y otro contenido, todo ello acorde con esta nueva vida y mentalidad que han llegado a mí, de manera tan manifiesta que era necesario aplicar este cambio también en la blogosfera.
El blog nuevo, en el que escribiré mis entradas a partir de ahora, se llama "Doble o nada" y en él espero plasmar mi percepción de la vida a partir de ahora, con todas sus connotaciones y nuevas particularidades. En las primeras dos entradas se explica más detalladamente el motivo de ese nombre, el motivo del cambio y mis intenciones al crear un blog así y al dejar este tal y como está, intacto y disponible para cuando sea necesario recurrir a lo que hay en él.
Sin embargo, como explicación breve de todo esto, diría que el motivo principal es la relación que para mí tiene escribir con mi manera de estar en el mundo, mi manera de verlo y de pensar sobre él. Como en su caso dice Reverte, escribir (y leer) te ayuda a comprender el mundo en el que vives y las cosas que te suceden.
En mi caso, es como ordenar, en la medida de lo posible, ese cajón en el que metes tus pensamientos, tus conclusiones, tus debilidades. Y eso he hecho desde que empecé a escribir; sin embargo ahora quiero cerrar este cajón; he depositado en él lo que me ha hecho falta, lo he ordenado como he sabido, y quiero que todo lo que hay en él se quede dentro.
El cambio también se ve reflejado en los nombres de este blog y del nuevo; diría que "En contra de los tiempos" planteaba un conflicto, una huida, una disconformidad. Lo cierto es que su inicio y buena parte de su contenido han transcurrido durante épocas no muy buenas de mi vida. Y ha llegado la hora de que esa huida pertenezca al pasado; ya no quiero huir, ni estar en conflicto, ni en contra de los tiempos. He tomado decisiones, he aceptado retos, he aprovechado oportunidades, he descubierto otras perspectivas. Y resumido en una frase (que por su parte engloba diversos acontecimientos): "Me lo jugué todo a una carta, y gané". En eso consiste "Doble o Nada". Supongo que no es necesario detallar las connotaciones que inspiran esa frase y ese nombre, en cierta medida hablan por sí solos.

El resto de detalles, las dos primeras entradas y el blog al completo que he creado para reflejar mi vida a partir de ahora, quedan a disposición del lector o lectora, al cual invito a suscribirse y seguir leyéndome de ahora en adelante en lo que será un nuevo enfoque y seguramente nuevos tipos de contenido, como relatos, comentarios y colaboraciones.

Desde la satisfacción y la conformidad con lo que ha sido de "En contra de los tiempos" hasta ahora, me despido de este espacio, de mi "yo" que le dio forma, y del feedback que recibí. Ha sido un placer escribir, además de para mí mismo, para todos aquellos que hayan leído mis entradas (tanto manifiestamente como en secreto), haberles hecho pensar o simplemente haberles regalado una idea de lo que hay o ha habido en mi mente.

Por el placer de escribir y ser leído, queda a vuestra disposición el nuevo blog: "Doble o nada".
Hasta siempre.

miércoles, 20 de agosto de 2014

"España"

"España" como síimbolo de abandono, de vileza, de injusticia. Referente mundial de la corrupción y el "pan y circo", que de eso no nos falta ni nos faltará. Que nos basta con un buen chorizo, tortilla o paella de turno (o lo que sea más propio de la región) y un montón de partidos de fútbol cada semana (y de basket, y de tenis, y carreras, y su abuela en vinagre), o en su defecto, cualquier telemierda barata creada por analfabetos de pocas aspiraciones a quienes una cadena televisiva (a estas alturas una multinacional más) ha elegido como bufones a sueldo para entretener y controlar a una masa humana cada vez más borrega y menos humana.
España, el lugar por antonomasia de los ignorantes, de los vagos, que no hacen porque no saben, no saben porque no quieren aprender, y no aprenden porque la PlayStation y los Deportes virales debe ser que le quitan demasiado tiempo y energía intelectual a uno, como para desperdiciarlos leyendo libros o buscando soluciones a nuestros problemas, cuando es más sencillo culpar al de al lado (y si es posible, evitar a toda costa que logre algo, ya sea a base de impedimentos y desánimos o con críticas e insultos en excesiva abundancia, que eso también calma nuestra frustración y nuestra envidia) y, cómo no, darle a la botella (si no a otras cosas más fuertes y enajenantes), que lo que buscamos no es solucionar el problema, como digo, sino ignorarlo durante el mayor tiempo posible, lo cual, en la mayoría de los casos, nos lleva toda la vida.
España, en definitiva, ese lugar esperpéntico y desastroso en el que la gente no tiene porque no se lo merece, o mejor dicho, tiene exactamente lo que se merece y se ha ganado a pulso.
No os preocupéis, ya estoy haciendo la maleta.

El placer de viajar solo

Viajar sin compañía, o entre desconocidos, que en cuanto a conversación viene a ser lo mismo, es una manera particular de agarrarme a mí mismo, de asimilar lo que soy, de perdonarme por lo que no soy. Un gran libro para los tramos mansos de autovía y música selecta, de entre lo más profundo de mis afecciones, para las curvas y los puertos. Quizá demasiado selecta, tal vez demasiado profundo. Observar los paisajes en movimiento, el asfalto a toda velocidad, la risa de la rubia inquieta del asiento de delante, y entre todo ello, reflexionar sobre la relación entre el espacio y el tiempo en todas sus concepciones compone una melodía circunstancial que en otras ocasiones añoro; reafirma de un modo explícito mi falta de raíces, o el desapego que siento hacia las que pueda tener. Hoy he vuelto a salir de Madrid, y algún día lo haré por mucho tiempo. Una ciudad caprichosa que no me ha tratado bien, pensaré. Mientras tanto, me quedan estos viajes de catarsis agridulce, en los que hablo del placer de viajar solo porque de alguna manera habrá que dar sentido a la soledad en tierra; porque quizá la compañía que yo deseo no está a mi alcance.

sábado, 5 de julio de 2014

Soy una granada

A medida que suceden acontecimientos.. retos cumplidos, decepciones, fallos, proyectos nuevos, finales desastrosos.. cada vez vas sintiendo menos. Te afecta todo tan poco que piensas que has perdido ya la sensibilidad, las emociones, la capacidad de sorprenderte. Nada es suficiente, nada importa. Ningún acontecimiento ni noticia te cambia el gesto. Las palabras de sorpresa, opinión severa y demás terminología de asombro fluye con normalidad como quien habla de fabricar cajas de cartón; carece de cualquier interés o valor reseñable. Nada te altera, sea bueno o malo.
Y eso es peligroso. Te ves envuelto en una espiral de desdén, de apatía estancada que no lleva a ningún sitio. Percibes pasar el tiempo y sigue sin importar nada. Y sin suceder nada. Todo sigue igual, el tiempo pasa en vano, queda perdido sin expectativas de cambio. Da igual lo que hagas, nunca sirve de nada. Nunca es suficiente. Y te cansas de tantos esfuerzos inútiles, invisibles. Te desinflas. Pierdes el interés, la fuerza, las ganas. Y entonces duelen más esos sueños. Porque se alejan de lo plausible a medida que pierdes esa energía, a medida que esta burda desgracia te la roba día tras día.
Y concluyes, para mayor resignación, que lo único capaz de devolverte esas ganas y esa fuerza, quizá sin garantía ninguna, es alimentarte de otra espiral de la que has huido, a la que has sobrevivido. Una espiral que ya te ha destruido otras veces. Todas las veces. Un lazo emocional. Ese que no tienes. Ese que has rechazado. Ese que, pudiendo hundirte, es lo único que quizá pueda salvarte.
Un riesgo compartido, Eme. Soy una granada.

domingo, 22 de junio de 2014

War is over

"La guerra ha acabado". Las palabras exactas que Amaral encajó a la perfección en aquella canción de hace ya demasiados años para ser verdad; la parte bonita de una canción cuya extremada repetición en radios mediocres la ha degradado hasta el límite. Pero queda eso.

Y podría existir una similitud considerable entre lo que realmente es el final de una guerra y esto. Dejan de sonar disparos. Desaparecen las carreras, los aviones en formación, las retransmisiones de última hora con información desoladora. Pero queda el silencio. Quedan las pérdidas. Los desperfectos. Un escenario nuevo, vacío. Un entorno que hay que volver a construir casi desde el principio. La autoconvicción de que queda mucho tiempo de disciplina, de no venirse abajo, de constancia, de esfuerzos implícitos hasta la extenuación. Y si bien es cierto que también podrían existir grandes diferencias en este gran caso particular, teniendo en cuenta la victoria, la alegría, la satisfacción de haber logrado algo inimaginable, las felicitaciones, la admiración... también es cierto que la sensación es muy parecida a lo que expresa aquello que oímos a veces: "En cualquier guerra, ambos bandos pierden".
Es cierto que has ganado. Es cierto que ha merecido la pena. Es cierto que vivirás orgulloso de ello el resto de tu vida. Pero detrás de todo ello hay un coste que nadie, o casi nadie ve. Y seguramente nadie conoce de primera mano. ¿Qué ha sido del miedo? ¿Del temblor en las manos? ¿Qué ha pasado con los ataques de ansiedad y las cicatrices? ¿Qué ha sido del dolor físico? ¿Dónde han quedado las decepciones a bocajarro? De alguna manera, todo eso, habiendo habido tal voluntad y buenos motivos, se vuelve mucho más soportable. Y sin embargo, por soportable y llevadero que logre hacerse, por fácil que parezca olvidarlo todo al poco tiempo, por heroicas que puedan sonar unas palabras como "no ha sido para tanto", en el fondo sí lo ha sido. Y aunque quizá algún día logre desaparecer todo ello de la memoria, no sé muy bien de qué manera, lo que sí queda, lo que algunos sí perciben, es esa vaporosa expresión en la mirada, una ligera fragilidad en la voz, una que no había antes. Una mueca inamovible de un soldado fatigado que, en sus circunstancias, no supo buscar de otra manera un desagravio de sí mismo.
La sensación más tenaz, en definitiva, es la desorientación de después del gran estallido final. En medio del silencio. Ese maldito y maravilloso silencio de paz que después de tanto tiempo en tensión uno no es aún capaz de asociar con lo que representa, y se sigue levantando por las mañanas con un fusil en las manos, aunque por fin, por inverosímil que parezca, sabiendo que las balas descansan en el fondo de un pantano.

No deberían obligarnos a formar parte de una guerra, de ningún tipo. Y menos aún, de una que dure tantos años que ya no recordemos los tiempos de paz.
La guerra ha acabado. Espero que no tarden demasiado en apagarse las hogueras.

sábado, 31 de mayo de 2014

El rostro de la ingratitud

Si algo he aprendido a lo largo de los años, a más recientes, más lúcidos, es a observar; seguramente una habilidad bien heredada, de lo poco bueno que se podría decir que he heredado. Y en otros asuntos no sé, pero en identificar la necedad y los agravios no se me escapa ni una. Figúrate, para eso, lo que tiene que haberle sucedido a uno. Pero es útil, al menos.
Ciertamente no sé qué puedo pretender con una manifestación prosaica de este calibre, si las utilidades básicas de esta clase de enunciaciones quedan completamente anuladas en cuanto se cruzan con el innombrable conjunto de nefastas características que reúnes para ser digno de una declaración tan despectiva, y no sin motivos. El único fin que puedo perseguir es el que sé que puedo lograr, para mí mismo, utilizando la escritura ácida de pasajes delicados como herramienta para cerrar cajones, poner puntos finales bien localizados; ordenar la mierda, como vulgarmente podría decirse.
Sobra describir cualquier particularidad en el ponzoñoso rastro de destrucción e incoherencia que has logrado acumular (y sigue en aumento) a lo largo de tu reprochable vida, sin dejarte un sólo rincón por envenenar, ni una sola persona por decepcionar, incluso tras desdeñar las numerosas e inmerecidas oportunidades que en cada ocasión has recibido; y eso, en mi país y seguramente en cualquier otro, te define irrevocablemente como un ser indigno, o, si nos ponemos detallistas y precisos, absolutamente digno de cuantas intranquilidades tienes en la conciencia y de todos aquellos tratos y aprecios que has perdido. Sobra cualquier detalle en el que divagar del argumento principal, de sobra justificado y convencidamente apoyado por cualquiera que conozca uno sólo de esos pormenores, porque de la misma manera que de forma objetiva y racional cualquier mente en su sano juicio respaldaría las conclusiones y desafectos resultantes de esta triste historia, yo también apoyaría, en mi caso particular y de manera emocional y subjetiva, por mi condición de involucrado, cualquier juicio cruel y desasosegado que pudiera alzarse. Y concluyo, que todo ello sobra y no necesita siquiera mención detallada por una simple y sólida razón de la que, estoy orgullosamente convencido, nadie lograría despojarme ni en la más remota de las circunstancias. Y dicha razón, y en ella se basa toda mi irritada tesis, es que tengo más clase, más educación y más dignidad que tú. No debo nada a nadie: ni dinero, ni favores, ni disculpas. Y aunque tú me debas infinidad de dinero, favores, disculpas y otra serie de incumplimientos que en un inimaginable caso idóneo estarían muy lejos de ser revocados, no tengo la necesidad de reclamar nada de eso. Y más allá de eso, carezco fríamente de la voluntad de aceptar cualquier disculpa, compensación, o burdo intento de desagravio, por indigno, tardío, falso e inútil.
Además, y para ser fiel a mi opinión debo incluirlo también, te debo algo que casi nadie tiene y me hace sentir todos los días orgulloso de lo que soy: eres el mayor ejemplo posible de todo aquello en lo que no quiero convertirme, de todo aquello que deseo evitar. Y eso, por triste que resulte, es una maravillosa e inimitable garantía de que haga lo que haga, será admirable.

Por último, y de manera acorde con tu cobardía, te aconsejo que no te atrevas a volver a poner un pie en esta ciudad. Aquí no eres bien recibido. Ni lo serás allá donde yo esté. Recuerda bien estas palabras, porque esta es la última vez que yo te escribo.

sábado, 24 de mayo de 2014

"Envejecer con dignidad"

Dice Pérez-Reverte que en sus novelas siempre vemos a un héroe cansado, frustrado, decepcionado podría decirse. Abatido y fatigado por todas las guerras, todo el desgaste de sus hazañas, el olvido y la necedad. Un mercenario cruel que sin embargo tiene unas normas, sigue sus principios con rectitud, y es por ello un ejemplo de admiración se le mire por donde se le mire. Y quizá es eso lo que me atrae del retrato que realiza sobre los hombres; esa desazón de quien lo ha hecho todo y no ha logrado nada, de quien vive rodeado de esperpento o simplemente no asimila el mundo, un inadaptado que no sabe ya qué hacer, si hacer algo, sin fuerzas, a veces ya sin ganas. Y me da miedo sentirme así con veinte años recién cumplidos. De verdad, me aterra.
Después viene en entrevistas comentando que, bueno, que no siempre tiene por qué que existir una solución o un buen desenlace. Y es lo que narra en sus obras con exquisito ardor de realidad; que sus protagonistas asisten impotentes y resignados al ocaso de algo que no pueden salvar, y la mayoría de las veces lo único que buscan es un mínimo consuelo, una trinchera, donde hacer su existencia un poco más soportable. Y me es imposible no darle la razón en cualquiera de sus observaciones.
Trataré al menos, como él dice que intenta, de envejecer con dignidad, si acaso eso es posible.

lunes, 10 de febrero de 2014

El principio del final

Hace mucho que no te escribo. Y lo cierto es que cada vez te echo de menos de una forma más descarada, y más reprimida, por otra parte.  El otro día fui por la mañana a Rivas, al complejo comercial ese que han montado en grandes naves, a lo americano, para la gente que vive por allí. Las maravillas de las afueras. Algún día escribiré buenas canciones sobre todo lo bueno de esas urbanizaciones nuevas, construidas en medio de la nada, donde la gente, en el fondo, es feliz; donde yo siempre he sido feliz, por muchísimos motivos. El caso es que cogí el coche y pisé el acelerador, no sabes cuánto lo necesitaba. Llevaba puesta, por fin, después de grabar el dichoso disco para el coche después de tanta pereza, a la gloriosa "Lana del Rey", deberías conocer su música. De alguna manera fue todo premeditado. Llevaba toda la semana viendo mi vida desde la distancia en los trayectos en autobús de por las mañanas con "American". En su conjunto, es una canción perfecta, desde el principio, desde esas teclas en octavas de mano derecha con violonchelos susurrando un gran cambio, un gran nudo en el estómago. Y el resto, bueno. El resto más de lo mismo. Percusión sobre lo mismo, con esas reverbs que tanto me gustan a mí cuando se trata de asociarlas a algo grande, con su grado de desolación, pero con energía, en el fondo. Pues bien, comenzó a sonar cuando me incorporé a la A-3, en sentido Valencia, claro. Y en cuestión de segundos, había puesto el volumen a tope, y el cuentakilómetros a ciento cincuenta. Un placer exquisito, ahora que tengo la suerte de conducir un coche que no se queja cuando corre. Estaba algo nublado, había poco tráfico, y las ondulaciones cuesta abajo propias de ese tramo de la autovía hicieron el resto; parecidas a las de la A-6 al llegar a Madrid, pero sin esa horrible connotación de regresar a esta ciudad en llamas. Podría sonar irónico para cualquiera, ya que hasta la salida del parque comercial sólo hay unos quince kilómetros, pero era la distancia exactamente necesaria para atravesar esa canción, y su homónima en esta semana que llevo de plantearme todo: "Ride", del mismo álbum, y con los mismos componentes sobre esta lluvia encubierta de meteoritos. Incluso más explícita.. I just ride; I been out on that open road; You could be my full-time daddy... 
...y me acordé mucho de ti. Más aún de lo que suelo hacerlo todos los días, aunque últimamente me vienes a la cabeza cada vez que me como uno de esos chicles como sustitutivo del tabaco; de esos de sabor "clorofila", como en los buenos tiempos, como los que tú llevabas en tu coche. Comprendí que a veces eso de pisar el acelerador es simplemente una necesidad. Aunque solo fueran diez minutos. Aquella sensación de correr, de escapar, de hacer eso que siempre he querido hacer desde que vivo como vivo, donde vivo, y con quien vivo. Y el verdadero punto de esto es que cada vez lo necesito más desesperadamente; mis planes de huir de aquí, de marcharme, cada vez son más tangibles, más exactos, más reales, y más cercanos. En poco tiempo he aprendido demasiadas cosas, y además han venido noticias, cambios, fechas, y el descubrimiento de que los pocos compromisos que me mantienen en esta ciudad, en el sentido académico, terminarán en menos de tres meses, y para entonces estaré completamente libre, y creo que sabes perfectamente lo que eso significa. Además, y para más ansiedad, precisamente inoportuna ahora que he decidido dejar de fumar, una llamada el otro día, que me cambió la cara por completo. La noticia definitiva. Por fin va a suceder. En un par de semanas o tres. Lo que llevo esperando con tanta ilusión como miedo desde que tomé la decisión más importante de mi vida, hace ahora cinco meses. Eso que pondrá punto y final al mayor condicionante de los catastróficos últimos once años de mi vida. Los peores desde el principio, algo menos horribles desde que aprendí a sobreponerme a las innumerables (y para la inmensa mayoría de gente, inimaginables) consecuencias de tal injusticia que por fin verá su ocaso; o eso pretendo con toda esta parafernalia que monté yo solo al volver a Madrid el pasado verano. En fin, escribiré largo y tendido sobre los numerosos pormenores del asunto en su correspondiente momento, puede que hasta un libro.
Y esto último era la parte que aún quedaba suelta la última vez que me digné a escribirte; lo único que estaba en el aire. Pero ya no lo está. Ello, junto con el resto de compromisos que terminan en un par de meses, representa el final absoluto de todas las ataduras que me mantienen aquí encerrado, o al menos las de mayor peso. Luego están las pajas mentales y las personas importantes, pero eso son otras cuestiones que, en determinadas circunstancias, por injusto y doloroso que resulte, hay que saber ignorar. De eso tú sabes bastante, ¿no?
Hoy, además, me he tragado entera la gala de los Goya, la vigésimo octava edición. Con la ausencia del ministro, esas mujeres tan guapas, y unas candidaturas vergonzosamente cutres en su conjunto, para lo que a mí me suele gustar de estos eventos. Pero ha habido algo en lo que me he fijado hoy especialmente. Algo que me ha dado la vuelta al estómago por una importancia que poca gente le da. Viendo a todos esos profesionales del cine, todos esos ídolos de una profesión que admiro, recogiendo su reconocimiento, recibiendo ovaciones, luciendo sus smokings y vestidos espectaculares, me he fijado en algo que tienen en común la mayoría de los discursos, ya sean premeditados o improvisados, en la mayoría de actos de este tipo. Los venerables personajes de nuestra ficción miraban al patio de butacas, y con una mano en el atril, otra en la cabeza del dichoso Goya, y una tercera, si la tuvieran, en el corazón, daban las gracias a su familia, a sus amigos, y generalmente a sus madres, padres y esposas. Y en esos instantes me ha dado por pensar que si yo recibiese un Goya, un Óscar, o cualquier tipo de premio en reconocimiento por mi trabajo, por mi carrera, o por algo que he conseguido en la vida, no se lo dedicaría a ningún miembro de mi familia, y en todo caso, hablaría de ti, y serías el único al que daría sinceramente las gracias, seguramente con la voz a medio resquebrajar, por haber sido el único que ha creído siempre en mi, cuando ninguno de los demás lo hicieron. Por muchas ausencias, por muchos conflictos y por muchas guerras que pueda haber en esta asquerosa asociación de ineptos incapaces de hablarse con sus parientes, he sentido que en el fondo te estoy agradecido, aunque tenga que recurrir a ciertos recuerdos, por haber mantenido siempre ese apoyo implícito, esa fe en mis esfuerzos que nadie más ha tenido. Ha sido un pensamiento gélido al final de cada discurso, al lado de una antítesis cuya envergadura es cada vez más esperpéntica para cualquiera que no viva entre estas cuatro paredes muertas.
En fin, en esto consiste mi vida de estas últimas semanas. En que tengo miedo por lo que está a punto de suceder, y en que cada vez tengo más claro que me voy a marchar de aquí, y cada día que pasa estoy más cerca de hacerlo.
Espero que podamos vernos pronto.

lunes, 27 de enero de 2014

27 de enero

Hoy me he levantado escuchando esa canción de Jose Luis Perales en la que habla de aquel hombre que se marchó sin despedirse, hacia el mar, en un velero llamado Libertad. Y mirando la Luna esta mañana, como ayer al cielo anaranjado que quedó después de aguantarme las ganas de besar a Inés, he sentido miedo. Y tristeza. Porque yo también me marcharé en cuanto pueda. Y habrá mucha gente y muchos lugares de los que seguramente no me despediré. Y tantas calles que no volveré a pisar en mucho tiempo, tantas voces que dejaré de escuchar a pocos centímetros de mi oído, y demás certezas que se quedarán aquí en Madrid mientras me alejo, y que si algún día regreso, no volverán a ser como yo recuerde. Miedo y tristeza, como decía Juan el viernes, por saber que ciertas cosas desaparecerán. Y hoy no sé cómo mirar al mundo, no sé si ser frío con todo por saber que me voy a marchar, o dejarme llevar por esta maldita canción, y querer volver a verla, aunque sea una última vez, sin tener ni idea de cuánto será el tiempo que nos vuelva a separar.
Hoy vengo a clase con un nudo en el estómago.

martes, 31 de diciembre de 2013

Doce uvas amargas

Oh, vaya. Otra vez un teclado. O convendría decir, esta vez un teclado. Hace demasiados meses que no escribo desde dentro, desde algo más que un impulso de algo borroso de cuyas emociones apenas queda rastro pasadas unas semanas. Como si todo cambiase demasiado rápido como para que mereciera la pena dedicarle unas palabras efímeras (quizá precisamente por eso), o como si todo fuese en el fondo tan estático y tan siempre lo mismo, que resulta que ya está todo escrito y lo nuevo serían sólo pequeños matices actualizados de lo que a veces, como una montaña rusa, sube por unos sitios y baja por otros, pero no deja de ir en un sentido lineal, previsible y agotador.

Lo primero que recuerdo de este maldito dos mil trece, curiosamente, son días lluviosos entre embajadas y tiendas de sonido por la calle Barquillo, los ecos vacíos de los rascacielos impotentes de Nuevos Ministerios y las últimas historias que me contó tu voz. Compañeros efímeros, cañas insípidas en bares abarrotados y todo aquello que apenas parece un sueño lejano y mal contado. Muy felices, eso sí, los tiempos, los besos y los paseos por el Retiro, y todas aquellas veces tras las cuales nunca volví a pisar la calle Toledo con la misma serenidad. Y los sueños mágicos en compañía de aquella mujer que hacía las tardes menos amargas y la lluvia menos húmeda, cuyos padres me trataron siempre mejor de lo que nadie me ha tratado nunca en cualquier circunstancia. En fin, otro error, supongo, del estúpido muchacho inconsciente que nunca supo lo que quería y siempre se daba cuenta cuando era demasiado tarde. Aún no logro quitarme de la cabeza aquella mirada suya de silencio entre medias de un portal, la dolorosa huída por las últimas calles encharcadas que vi en Carabanchel al ritmo de "Push your head towards the air", mientras la amargura de otra decepción nos alejaba, no sé si para siempre, de un sueño del que nunca supe despertar del todo. Todo errores, supongo, desde entonces. Qué hay de aquella obra de remodelación en mi atormentado rincón, de cuyo último recuerdo sólo me quedaba ella.
En efecto, lo que debía ser un cambio a mejor, sólo fue la materialización de una serie de lo que llaman "catastróficas desdichas", el derrumbe manifiesto de todo lo que yo había construído hasta entonces. Y volví a caer. Y volví a recorrer aquella avenida a velocidad de crucero a las cuatro de la madrugada para intentar rescatar algo que también había roto yo. Desde luego, que así no se puede vivir. Y quedó demostrado; siempre sucede.
Después vinieron tiempos de abstracción, el ansiado norte y esos amigos geniales de prolongadas ausencias con los que nunca parece pasar el tiempo, y los calimochos y las fiestas en otra cultura, en algo menos alejado de mi temperamento que las desdichadas calles donde paso el resto del año. Pero es allí donde hay que volver, y después de tanto alcohol y tantas grabaciones de covers de Dire Straits, uno tiene que dar la cara y tomar decisiones. Y escribiéndolas al tiempo en un blog de lágrimas como éste, uno las toma, y no se arrepiente. Fueron tiempos vacíos, sí, pero muy bien maquillados con aquella canción de R. Lamontagne, "Empty", donde alguien me daba esas extrañas esperanzas inalcanzables de que todavía podía suceder algo bueno. Y lo único que sucedía eran las reformas del gobierno entre cortinas de humo, nada más. Semanas y semanas de nada, de desmotivación, de todo el mundo se ha ido, de echar de menos más de la mitad de lo anterior, y de no tener recursos para nada, ni si quiera el potencial y la creatividad se manifestaron lo suficiente.
Y después, tras buenas semanas de abstracción entre Pirineos y motores diésel de hace unos cuantos años, de ríos helados y cordialidades bienvenidas entre desconocidos con muchas cosas en común, llegó septiembre. Aquel mes del éxito y del fracaso en altas dosis, a partes iguales. Aquella decisión tan deseada y que tanto miedo me sigue causando incluso a día de hoy, acabar con diez años de combustión de un plumazo. Y aquellas horas y kilómetros por las calles de Madrid y ese Parque maravilloso que no volví a pisar sin ella. Otra época marcada por una canción, "Tunnel of love", en este caso. Todos esos "look where we are", aquellos "yellow" y algún que otro te quiero que terminaron, como no podía ser de otra forma, dada la nefasta coincidencia con otro vacío mayor, en eternas semanas de depresiones convulsas, de ataques de ansiedad nada más despertar, de demasiadas ausencias acumuladas y mal sincronizadas, de demasiadas horas dándome cuenta de que el puto charco de barro siempre fue más grande de lo que me atreví a pensar.
Y al final, nada de nada. Todo igual, y seguramente peor. Sólo vivieron para contarlo, moribundas, las últimas semanas de rutinas a medio cumplir, falsos mundos profesionales y más errores, ya no sé cómo ni por qué, sobre lo mismo, vuelos a ras de suelo sin alas y sin motor, pidiendo auxilio a gritos y sin nadie que se atreva, como es natural, a echar un cable a este cúmulo de desastres en el que todo el mundo cree que me he convertido con el paso del tiempo; y lo más importante de todo, que yo también lo creo.
Lo único bueno que conservo de este año son las escapadas fuera de Madrid, el brillo en los ojos de cada persona que me quiso sin yo merecerlo, y los dulces y escasos reencuentros que he vivido estas últimas semanas.
En fin, qué quieres que te cuente, si tú todo esto te lo has perdido. Cada vez se lo pierden más personas. Cada vez hay más ausencias en la mesa a la hora de cenar en nochevieja, y todavía hay quien pretende que me trague doce puñeteras uvas sin echarte de menos, sin pedir perdón a todas las víctimas de mis errores, sin creer que esta vez no me libraré de pensar en ti y en todos los demás cada maldito día del calendario, y sobre todo, hay quien aún pretende que me las trague con un falso brillo de optimismo en la mirada, como si en algún lugar quedara algo de certeza, de esperanza, de futuro, o como lo quieran llamar los que todavía no han perdido lo suficiente, que yo lo que he he perdido es la ilusión por todo y las ganas de sonreír, y que si me trago doce estúpidas uvas esta noche y me aguanto las ganas de llorar y salir corriendo hacia quién sabe dónde, sólo será por no darle un disgusto a tu madre, que cena hoy con nosotros, y bastante mal lo ha pasado ya en toda su desastrosa vida.
El resto te lo puedes imaginar como quieras, o me lo puedes preguntar el día que tenga el valor de verte la cara.

    Feliz año, independientemente de todo lo descrito, a todo aquel que me lea en las que son mis últimas lágrimas de 2013. Te deseo lo mejor.


martes, 26 de noviembre de 2013

Such a fright

De repente un día te acuestas, y te das cuenta de que tienes las manos llenas de ceniza. No sabes muy bien si de todos esos cigarrillos que te has fumado antes de darte cuenta de que te has quemado los labios, o de todas esas despedidas que ardieron entre tus manos, o si éstas se han erosionado demasiado rápido durante las guerras vacías que nunca supiste abandonar a tiempo. Quizá sean de alguien que ha muerto a tu lado sin que nadie se diese cuenta, lentamente, con los ojos abiertos y los pies aún en movimiento, en dirección hacia quién sabe donde, pero lejos, siempre lejos. Quedan en tus dedos esos restos polvorientos y oscuros de aquello que un día se volvió frágil, se desintegró en silencio y perdió para siempre su esencia, y lo que queda, pasados los meses y los años, es una burda recreación emocionalmente rota y amarga, blanca y gris, y que poco a poco va desapareciendo en el viento; sólo eso, ceniza.
Te hablan de actitudes positivas, de sonreírle a la vida, de ser fuerte.. Pero tú te preguntas, qué cojones va a saber de la vida alguien que nunca ha recorrido decenas de kilómetros vagando sin rumbo por una ciudad vacía y gélida, sin un mísero céntimo en la cartera, durante demasiado tiempo como para recordar a qué sabe la compañía, ni el sonido de un suspiro al llegar a casa, ni el significado de la palabra hogar, sin saber adónde han ido los que algún nebuloso día se hicieron llamar amigos, que por no quedar, no quedan ni enemigos de los que huir.
Siempre con esa obsesión, huir. Pero no es la palabra más apropiada. Ni si quiera es una puta palabra; al final es el resultado de nada, un modo de vida sacado de algún sitio en el que ya no cabía nada más. Ni si quiera sería correcto emplear ese término cuando huir es lo que hay detrás de cada cosa que se hace, que ir al trabajo es huir de casa, y volver a ella es escondernos de un mundo hostil que parece más oscuro entre desconocidos; tocar unas notas reprimidas en la guitarra no es otra cosa que intentar acallar ese silencio ensordecedor que queda después de cada discusión, al final de cada guerra, en el fondo del puto vaso. Y de eso trata el frío a veces, supongo. De meternos a veces un poco más de miedo en esa huída constante, de hacer que lleguemos a paso acelerado, que nos broten las lágrimas antes de escuchar una sola palabra de ella, o de él, y que, cuando lleguemos al último lugar que nos queda, sólo nos queden fuerzas para decir "oh, they gave me such a fright", y derrumbarnos después, ahí, en medio de alguna acera fría, al borde de la calzada, delante de alguna puerta que no sabemos si, al menos esta vez, habrá abierto alguien desde dentro.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Like a cigarette

Fue demasiado tiempo colgando, no se sabe muy bien de dónde. Suspendido en una niebla espesa y húmeda durante los primeros y eternos años de una ausencia sin retorno, recibiendo golpes sin saber de dónde venían, escuchando un viento que nadie sabía muy bien hacia dónde soplaba. Como una suspensión a demasiada profundidad como para saber dónde está la superficie. Faltaron las referencias. Y las que hubo, si es que alguna vez las hubo, desaparecieron. Y la constante frustración de rostro apagado que susurra a gritos lo que nadie parece asimilar desde una falsa sonrisa. Esa lúgubre certeza de intuir que nunca nadie es capaz de hacer las cosas bien del todo, que siempre falla la causa, o los medios, o las fuerzas, o los resultados. Esa oscuridad en el recuerdo, en la que nunca aparecen indicios que desmientan lo que el tiempo mantiene en la proa de sus amenazas clavadas a traición, un mensaje en magnitudes negativas expresado con esa cruel locuacidad de quien no tiene, por no tener, nada ya que perder en su falsa existencia; y todo cae, al final, como la ceniza de cualquiera de esos cigarrillos con los que se podría comparar cualquier circunstancia en su mismo efecto: que si nadie lo fuma, nada sucede, y si sucede, y alguien lo fuma, se acabará consumiendo, habiendo quemado en su ardor todo aquello que alguna vez, sólo en apariencia, haya merecido la pena. Y de eso hablan los ceniceros, de que no queda nada más que pequeños consuelos absurdos para engañar, a ratos, el ánimo de quien ha perdido algo que, en el fondo, no tuvo nunca.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Por amor al arte

Las novelas históricas, y la literatura en general, resultan un digno homenaje a la Historia, que difícilmente merecería la pena recordar de otra manera. A menudo nos hablan de los hechos; son lo que recordamos, son lo que vemos. Pero qué vacío sería el mundo si no nos quedara más que eso. Con nostalgia y tristeza las más veces, y sin embargo con fortuna son las letras las que, al menos, permanecen en la esencia de lo hermoso para intentar llenar ese vacío. A menudo encuentro difícil acoger, en unas pocas palabras, la admiración que profeso hacia este arte tan noble, en el cual los pocos abatidos que un día quedaron en pie entregan lo que existe más allá de los hechos, e inmortalizan, desde su humilde lucidez, el verdadero significado del tiempo.

martes, 8 de octubre de 2013

Madrid

Recuerdo una de aquellas veces que fuimos a Barcelona. Una de aquellas innumerables veces que nos metieron en un avión, sin preguntarnos si queríamos ir, sabiendo que allí nadie nos preguntaría si queríamos volver. Solíamos viajar con miedo; cada vez nos esperaba algo distinto, aunque siempre era igual. No sabíamos dónde íbamos a estar, o quién iba a formar parte de cada ocasión, en casa de quién íbamos a estar, cuánto tiempo pasaríamos solos o en compañía de alguna desconocida, o con qué excusa. Sólo sabíamos que había un billete de vuelta,  lo que pudiera suceder hasta tal fecha no lo sabía nadie, y cada vez era más esperpéntico.
Sin embargo, no vengo a describir aquellas temporadas en lugares de cuyo nombre no quiero acordarme. De aquella vez en particular recuerdo el regreso. Y tanto que lo recuerdo. Fue un viaje en coche, y en aquellos años convulsos y sin pulso no puedo negar que la carretera era uno de los únicos entornos en los que me sentía a gusto, por no decir el único. Recuerdo que en una de las paradas, al volver al coche, empecé a decir que no quería volver. Nadie lo entendía, yo el que menos. Y aquello me perturbaba. Todo el viaje en silencio. Y al llegar a Madrid todo el mundo se echó a temblar. Recuerdo, como el resto de las veces en el aeropuerto, el recibimiento de mi madre con los ojos húmedos; nunca entendía por qué lloraba cada vez que volvíamos, si no habíamos ido a la guerra; ahora lo entiendo perfectamente. La peor parte fue al entrar en casa. No la reconocía. No reconocía mi habitación como mía; miraba a mi madre como si fuera una completa desconocida No reconocía su voz, ni su cara, ni sus palabras. Pero era mi casa, joder. Lo único que tenía entonces. Ella se asustó muchísimo, y le llamó corriendo. Bajé y me dio una vuelta en el coche. Yo explicaba que no quería estar allí, que quería volver a Barcelona y vivir con él. Me tranquilizó y me llevó de vuelta a casa. De alguna manera, como solía hacer en escasas ocasiones como aquella, con pocas palabras me hizo entrar en razón, en un proceso de asimilación extraño. Siempre fue alguien absolutamente ausente que, al mismo tiempo, tenía un gran e inexplicable poder emocional sobre mí. Y tengo miedo de que, de alguna manera, siga siendo así.
Al cabo de unos días todo se normalizó, poco a poco fui identificando los rincones de mi habitación y la convivencia con mi madre, aunque todo parecía nuevo, como si fuera un sueño. Los pocos que había a nuestro alrededor, los pocos que quedaban en la familia, intentaban ayudar. Intentaban hacer que me sintiera bien. Pero yo tenía otra preocupación, algo que me quitaba el sueño, me quitaba el habla. No sabía quién era, ni qué hacía allí. Era una desesperación constante no saber por qué pasaban todas esas cosas. Por qué teníamos que ir secuestrados cada cierto tiempo a un entorno que no era el nuestro, con alguien que no nos conocía, a ser tratados de una manera que no nos merecíamos, para después volver y que todos intentaran fingir esa estabilidad que nunca existió.

jueves, 3 de octubre de 2013

[Nuevo blog] - El comienzo de algo grande

Desde esta entrada me dirijo a vosotros para informaros del nacimiento de mi nuevo blog (El Origen de los Secretos), no sin antes dejar constancia de lo profundamente agradecido que estoy por cada uno de quienes leéis mis entradas, y en especial por aquellos que dejáis comentarios de vez en cuando.
Pues bien, este nuevo espacio con un nombre muy significativo, significa un avance en lo relativo a la forma en que quiero expresar muchas de las ideas que pasan por mi mente; llevo tiempo pensando en crear un blog de este estilo, y aquellos que os animéis a seguirlo podréis descubrir su evolución a lo largo del tiempo, auguro que tiene un buen futuro.
Este blog, En Contra de los Tiempos, ha sido (y seguirá siendo) un espacio para plasmar momentos especiales sobre todo en una temática emocional en la que muchas veces yo mismo me veo atrapado, y seguirá cumpliendo esta función. Sin embargo, como ya he dicho, hay algunas ideas cuya temática y forma difería demasiado de la de este blog de siempre, así que en eso seguirá.
Al igual que quien crea un canal secundario en YouTube para diferenciar su contenido, este segundo blog supondrá esa evolución en la forma de escribir que este antiguo espacio no siempre permitía; hay aspectos para los que me he cansado de una forma "epistolar" en la que siempre alguien se lamenta en segunda persona de sus desdichas emocionales o expresa su ímpetu por aspectos que no siempre son fáciles de descifrar. Como digo, esto lo seguiré haciendo en este blog, que para eso está, pero también hay cosas nuevas, y he de darles el espacio y la forma que merecen.
Su contenido, aunque por ahora no sé muy bien hacia dónde irá, se caracterizará por una visión más abierta, algo más objetiva, y más ordenada de los temas que trate en cada ocasión, siempre dispuesto a acoger comentarios, críticas debidamente formuladas, debates, y demás participación en lo que espero sea un espacio algo más "común" que un simple lugar en el que alguien escupe sus ideas más íntimas.

Espero que disfrutéis leyendo todas estas novedades en "El Origen de los Secretos", y lo sigáis haciendo en este blog de siempre.

"El Origen de los Secretos".

miércoles, 2 de octubre de 2013

I TRUST YOU

A veces aparece una canción antigua, de esas rockeras de compás lento y voz rota y vibrática, que te elevan a un estado resolutivo al que se sube todo al mismo tiempo, los recuerdos a largo y corto plazo, las ilusiones y los sueños, las metas, el resquemor amargo de batallas libradas en circunstancias desafortunadas y los crecientes focos de luz que se abren hueco a través de la niebla que aún queda.
Pesadillas nocturnas últimamente y hermosos sueños vividos a la luz del día que te hacen olvidar en gran medida todo lo acontecido sobre esa almohada atormentada que acoge tus pensamientos cuando se cansan y no pueden más. Puede que siempre quede algo oscuro en el fondo del vaso, y puede que a nadie le vuelva a importar demasiado; así debe ser. Sin embargo, aún hay veces en las que, aunque tus labios sonrían, tus ojos son incapaces hacerlo, porque hay algo dentro de ti que aún sigue roto. Y eso es lo que, en último lugar, no todo el mundo es capaz de comprender.
Pero aspiras a lo contrario. A que sea al revés. A que todo el mundo en cierto momento llegue a comprenderlo, y seas tú el único que por fin consiga ignorar y dejar en ridículo cualquier viejo motivo para no sonreír, y tus ojos sonrían, y tus labios se estiren y dejen escapar de entre ellos un suspiro de felicidad. Como en la carrera de "Bite the bullet", esta vez la derrota no está entre tus opciones. La causa y la recompensa son demasiado valiosas como para no emplear toda tu fuerza y constancia.
Hace tiempo escribiste sobre lo que caracteriza el corazón de un niño: espera lo que desea.
¿Y si volvemos a ser niños?

miércoles, 18 de septiembre de 2013

Segundo asalto

Impulso positivo, esa es la idea. Me muero de ganas por compartir contigo algo de lo que sólo tú has logrado formar parte, algo que sólo tú has logrado provocar. Estoy cansado de que todo sea negativo y reactivo, de los nudos en el estómago, de la frustración autounducida en noches de tirar la toalla. Es todo falso. Es todo inventado por una mente a la que ya no le valen como excusa todos los golpes que ha recibido. Es hora de darlos. Segundo asalto, golpea bien, hazlo bien. Love of lesbian. Es como si un montón de cosas hubieran coincidido para dar la vuelta a todo, empezar a levantarme y dejar de quejarme por todo sin hacer absolutamente nada. Como si de pronto hubiese aprendido que la mejor venganza hacia todos aquellos que pisotearon mi estado de ánimo es precisamente una sonrisa, y hacer sonreír a los demás. Cuando alguien entra tan rápido y con tal perfección en tu vida, algo tiene, y eso es precisamente lo que no quiero dejar escapar. Eres lo mejor que podía sucederme. Eres el mayor motivo que podía existir para retomar el control de todo, y te quiero a mi lado. Eres la única oportunidad que me he dado a mí mismo en demasiado tiempo.
Bienvenida a la segunda fase...

lunes, 9 de septiembre de 2013

¿Qué me dices?

Subamos al piso más alto, a observar la ciudad desde nuestro reino de locura. Pongamos bien fuerte esas canciones, con esas reverb's propias de los noventa.. bueno, en realidad de los ochenta, pero me gusta más volar en las paranoias noventeras de sueños por cumplir. ¿Qué me dices?
Pelo rizado al viento y esa mirada intensa y desafiante, propia de quien logró escapar de las garras del conformismo y la mediocridad, de quien logró atravesar todos aquellos barrotes que pretendieron un día encerrar su creatividad en un pozo de yo qué sé qué otros fracasos. Aún sigo soñándote con los ojos abiertos, esperando un mensaje tuyo como lo mejor que me puede pasar a lo largo del día, aunque últimamente lo mejor de mis días se resuma a la música que queda aún brillando en lo más profundo de lo que podría llamarse el lado menos malo de las cosas, ese que consigo ver en ti.
Cada vez me quedan menos personas a las que idolatrar, y entre ellas, cada vez menos a las que yo conozca, y por ello considero maravillosamente afortunada la posibilidad de alimentar la admiración que te tengo hasta llegar a lo más alto, hasta obsesionarme contigo y no poder sacarte de mi cabeza.. bueno, no. Eso ya ha sucedido. De cualquier manera, ¿qué me dices?

jueves, 5 de septiembre de 2013

Los años robados

Hace dos días diste el primer paso de algo más grande de lo que alguna vez hayas podido imaginar hasta ahora. Seguramente lo más grande que hayas hecho desde que tienes uso de razón. Es reflejo esto, como muchas otras cosas que han pasado últimamente, de ese cambio en tu proceder, o mejor dicho, del regreso a lo que siempre debiste ser y alguna que otra vez olvidaste por el camino.
La determinación se ha apoderado de ti, y esta vez con tal fuerza, que ni si quiera te planteas luchar contra ella; has decidido llevarla por bandera allá en lo que te pase, y por primera vez en todo el tiempo que la tuviste guardada en aquel cajón, te sientes orgulloso de cuanto pasa por tu historia, porque esta vez eres tú el dueño, el propietario y el responsable de tu situación. Aunque esta recompensa, por así decirlo, no es gratuita, ni ha llegado aún completamente, pues lleva tras ella largos años de resignaciones y abandonos en todos los sentidos, y aún le faltan importantes batallas que superar para llegar a ser espléndida, como esperas y deseas.
Sin embargo, a pesar de tan dulce determinación en la nueva moda de tus decisiones, queda un irreparable sabor amargo en tu paladar, correspondiente a los citados años de horas bajas, de pagar los imperdonables errores de quienes decidieron por ti, para después refugiarse en tu atormentado juicio a la hora de cubrir la culpabilidad de su subconsciente, aunque en el fondo nunca olvidarán el origen de su cobardía.
Ahora, por fin, pones remedio a aquellas cosas que se hicieron mal. Fuiste tú el perjudicado, ahora eres el interesado, serás el beneficiado. Y si todo sale bien, nadie, nunca más en la historia, podrá borrarte la sonrisa resultante, sólo tuya, y digna de ser restregada sobre los rostros de aquellos cobardes que abandonaron una lucha sobre cuyas obligaciones no tenían la potestad que se tomaron. Sea como fuere, ya ha empezado. Has dado el primer paso, has manifestado tu decisión, y se ha puesto toda la maquinaria en funcionamiento. Ya no hay marcha atrás.

Hoy el café sabe mejor, ¿no crees?

jueves, 11 de julio de 2013

Debilidad Onírica

No sabes si es porque tiene la mirada que tus sueños llevaban buscando toda la vida o porque aún no asimilas lo que sientes al recordar su voz, hermosa y frágil en la lejanía de aquella última conversación desvanecida en la timidez más adictiva que ha conocido tu existir; por algún extraño, doloroso y dulce motivo, se ha convertido, sin haberlo intuido, en tu Debilidad Onírica más tenaz, probablemente la definitiva. No importan las expectativas rotas que puedan quedar al final de la línea del tiempo, ni lo que las caprichosas e indomables circunstancias hagan brillar mientras el olvido fracasa en su intento frustrado de quitarte lo más bello que han visto tus arrastrados ojos. En ocasiones se vuelve insoportablemente difícil intentar ir por libre, leer un libro, escribir cualquier cosa, o simplemente disfrutar de las vistas de la ciudad desde lo lejos, porque siempre aparece ella, cada pocos minutos, en ese sentimiento de admiración tan arrebatador que ni si quiera te deja espacio para pensar, porque al final acabas siempre sumido en el mismo perfume, y la piensas, y dejas de pensar, y la escuchas en tu mirada, y dejas de huir de tus miedos más vacíos, ya no duermes, ni despiertas, porque ella te ha robado el sueño y te ha robado los días, y sin haber compartido apenas tiempo con su realidad, comparte ella contigo los gustos más efímeros por lo que nadie conoce, y tu mente sobrevuela sus palabras desde la perspectiva de lo imaginario, y dejas de perseguirla, ella deja de huir, y la pintas, y te mira desde el fondo del lienzo, te observa, y te piensa aunque tú no lo sepas, y vuelve a impregnarse en tus ojos allá donde vayas, y su timidez embaucadora vuelve a adueñarse de toda tu inspiración. Ahora ella es tu musa, y no dejará de serlo mientras la sigas viendo en el fondo del vaso después de dar cada último trago. Y al final te duele haber descubierto la simple idea de que alguien tan fugaz haya logrado transgredir los límites de tu conciencia, tan pretenciosamente solitaria e independiente, que termina en ella y se rompe sobre sí misma dándote a entender que no te importa haber querido siempre estar solo, pues te das cuenta de que con ella pasarías la vida entera, y tendrías a los hijos más queridos del mundo celebrando sus cumpleaños en esa ciudad tan cinematográfica, y escribirías los guiones de tus películas sobre la esencia de su inspiración. Arruina todos tus planes y los reduce a un amor platónico tan lejano y a la vez tan intenso que tu vida sigue ralentizada en cada verso de sus ojos tímidos, que cada vez que los miras descubres tras ellos ese silencioso deseo de complicidad que aún no has conseguido descifrar. Y en última instancia, lo que más te reafirma en tu incuestionable admiración es el recuerdo de aquellas palabras, pronunciadas por quien mejor te conoce, al ver una foto suya: "Es muy tú". ¿Qué duda puede quedar después de eso?

miércoles, 29 de mayo de 2013

Viajes en el tiempo

Puede que sólo se trate de recuperar pequeños fragmentos de lo que una vez fue hermoso. Solamente eso. Pero qué triste, si es así, que todo consista en vivir asomándonos de vez en cuando a ese pasado que marchó impune a lo más profundo de nuestro dolor. Y qué impotencia al ver que gran parte de esa vida que alguien vivió por nosotros, toda esa basura que hemos intentado sin éxito esconder en nuestro olvido más lejano, sólo sirve para pensar que realmente no hemos vivido. No existe un pasado. El que existió queda tan lejos y se parece tan poco a lo que hoy somos, que prácticamente no lo hay; hemos negado los malos recuerdos, y los buenos han huido al ver el desconsuelo de unos ojos húmedos al final de cada historia para enmarcar. Todos metidos en una caja explosiva que nadie se atreverá a abrir por nosotros, y mucho menos nosotros; culpables, inocentes cómplices de todas aquellas cartas que quedaron sin escribir y que, sin embargo, permanecen en nuestra memoria, tal y como las habríamos redactado para lograr, aun a riesgo de un eterno fracaso, ese grito de libertad que nadie espera volver a oír al final de cada guerra: "¡somos libres! ¡somos libres!".

A la memoria de Aurélie Bézu.

martes, 28 de mayo de 2013

Damm

Temblar es agotador, pero merece muchísimo más la pena que quedarte quieto, esperando a que algo pase, y que no pase nada. Y es lo que has hecho casi siempre. Y lo que todo el mundo ha hecho casi siempre. Y lo que quieren que hagas. Pero ya vale. Saltar al vacío y darte una hostia es mejor que quedarte observando el paisaje sin formar parte de él, contemplando cómo otros se llevan la vida mientras tú escribes sus memorias en el periódico del olvido, el de tu propia conciencia. Ya está bien de recordar el pasado con ese amargo resentimiento; nunca más.
Al fin y al cabo lo único que quieres es que cuando desaparezcas de toda esta mierda, haya alguien que se acuerde de ti, alguien que pueda echarte de menos o que al menos tenga algo que agradecerte; que el balance sea positivo. Que hayas aportado más cosas buenas de las que te has llevado, y eso a veces es muy difícil de conseguir, pero no imposible.

Probablemente te debo más de lo que nunca sabrás. Te debo un gran cambio en mi procedimiento para las cosas importantes. Emocionalmente importantes. Te debo la apertura que siempre he esperado para mi mente; la preparación perfecta para las cosas malas y para las buenas, pero siempre desde un nuevo punto de vista orgulloso, sin arrepentimientos, sin dudas, sin tiempos condicionales ni subjuntivos, ni frases a medias en pretérito; nada de eso: sólo cosas simples, como siempre he querido: yo quise esto, lo intenté, salió de tal manera, pero al menos puedo estar orgulloso de no haberme quedado inmóvil al borde del precipicio, malgastando tiempo en pensar si realmente merecía la pena hasta que fuera demasiado tarde para saltar. Y probablemente lo ha sido, pero como dicen por ahí en ciertas ocasiones: más vale tarde que nunca, y me gusta pensar que ese tarde todavía puede ser, en potencia, "alguna vez". No dejes nunca de existir.

miércoles, 10 de abril de 2013

Capital del Reino

Sugieren muchos pensamientos los pequeños detalles entre la gran masa, tales como la emoción de una niña de mejillas rosadas sobre su bicicleta, o la frustración de un músico trajeado a orillas de un estanque lleno de recuerdos. Notas de un saxofón resignado, reflejadas sobre los adoquines del empedrado, percibidas desde lo lejos, donde yo me encuentro, a los pies de un árbol en una playa de hierba.
Basta la serenidad de una sonrisa para entender las sugestiones más profundas y explícitas de un relato obsoleto sobre la belleza de la música.
Se trata de un lugar en el que coinciden todas las mentes en la misma huida de la mediocridad, en su misma búsqueda de lo auténtico. Aquí, como en otros bellos lugares, se descubre que existen más artistas detrás de los muros de hormigón que nos separan a todos del cielo, del verdadero cielo, al que no se llega desde Madrid, por mucho que en ello insistan los ingenuos refranistas que nunca salieron de aquí.
Dan ganas de huir, sí. Cualquier lugar es mejor que éste, tan lleno y tan vacío al mismo tiempo, donde nadie encuentra lo que ha perdido, donde todos desistieron hace mucho tiempo de su búsqueda de lo inexistente, de lo que sólo existe en nuestra mente, fuera de esta Villa maldita a la que llaman Capital. Todos los portales presenciaron las lágrimas amargas de algún desamor; todas las calles fueron recorridas por necios ladrones de sueños, impunemente olvidados; todas las alcantarillas se tragaron alguna vez el orgullo de los que un día osaron alzar su voz y fueron desterrados a patadas; y los pocos rincones hermosos que aún quedan sin corromper, entre tanto humo y tanto odio, te los reservo a ti, y a tu mirada, inocente aún.
Sin embargo, aun sabiendo que algún afortunado día me encontraré bien lejos de esta amurallada tumba colectiva, siento al observar esta quietud un diminuto y arrogante placer en mirar desde la oscuridad las almas destrozadas que aquí yacen, los restos de fuegos apagados en lo más profundo de cada charco de alcohol,  porque sé que, aunque pocos lo perciben, hay quienes aún respiran; todavía quedan sueños sin aplastar, mentes lúcidas que arrojan una débil esperanza sobre la penumbra que crearon en su día aquellos que murieron sin haber vivido; percibo, de algún modo, esa triste acidez que invade el alma cuando las vidas que han dejado de ser humanas sirven para recordar por qué otras lo siguen siendo.

martes, 5 de marzo de 2013

Just like a wall

No puedo hablarte, se me olvidó cómo hacerlo. No sería capaz de imaginar qué palabras diría si te tuviera delante, no desde que dejaste de mirarme como la persona que mejor te conocía, alguien especial en quien podías depositar tus fuerzas. Ni si quiera sé si sería capaz de mirarte a los ojos, o si tú atravesarías los míos con una mirada fría de desdén, de esas que ponías cuando alguien traicionaba tus expectativas. Se levanta por tanto un muro entre dos baúles de recuerdos y deseos mezclados y mal organizados en su interior, comunicados entre sí por la incertidumbre, esa de la que siempre he hablado en mis escritos sobre física cuántica, pero al fin y al cabo separados por ese muro. Y no, no lo hemos levantado nosotros, ni lo hizo nadie en nuestro lugar. Fue levantado de forma pueril y espontánea, casi arrastrada, sin que nadie nos preguntase primero. Sin embargo, actualmente es inútil preguntarse sobre cuán conveniente o no es la existencia de esta silenciosa pared en la que se estampan de mala manera todos los intentos de derribarla, tal vez porque no son intentos reales, porque todo el mundo sabe que en ninguno de los lados existe el valor suficiente para tirar un sólo ladrillo, algo que probablemente acabaría siendo un error, otro más al final de esta historia eterna, otro más al comienzo de dos vidas frustradas por el cumplimiento precipitado de un sueño inmejorable. Es cierto que cada cual ha hecho del mundo lo que hubo de hacerse, pero es aún más cierto, y más doloroso dentro de este bloqueo casi correcto, que no he conseguido construir nada desde que la más bella obra de nuestras emociones fue derrumbada por motivos que nunca que tenido el valor de asimilar.
Dicen que la mayor venganza y el mayor perdón es, al mismo tiempo, el olvido. Y son tantos los dilemas que surgen al no saber hacia dónde dirigir la frialdad que nunca he querido acoger en mis decepciones, que tengo miedo de asomarme por última vez a contemplar las cenizas que hay al otro lado de esta imperiosa pared, un miedo aterrador a saber si queda algo de calor en ellas, o se han extinguido para siempre. Y esto es lo que me avergüenza por encima de todas las cosas, porque es el único miedo que nunca he sido capaz de superar. Y más vergüenza aún el saber que este miedo, esta decepción y esta muerte anunciada y no resuelta no recaen sólo sobre mí.
Dicen también que la vergüenza procede de la culpabilidad, y puede que, en última instancia, sea esta culpabilidad lo que me acompañará durante el resto de mi vida, algo que sólo con bajas posibilidades se podría solucionar con una catarsis, y esto último sólo se puede conseguir con una ayuda a la que ni si quiera sé si ya he renunciado. Lo único que sé con certeza es que el miedo y la incertidumbre se alimentan mutuamente, y que "catarsis" es la palabra más perfecta que existe.

sábado, 23 de febrero de 2013

Una muerte sin resolver

Una de las cosas más dolorosas que puede conocer una mente es el remordimiento incompleto de haber dejado algo a medias, de haber permitido que algo fuera absorbido por el limbo de la más irresoluble incertidumbre en un momento determinado. No es un dolor intenso, no. Es peor. Es un dolor eterno, creciente con el paso del tiempo, y con ello más difícil de resolver. Casi  siempre suele haber dos partes implicadas, pero esto también es un cuchillo de doble filo. La otra persona comparte la responsabilidad de haber permitido este abandono, pero también comparte el sufrimiento, tan cierto como el brillo de sus ojos al llorar, de recordar lo que dejó de ser, sin haberlo hecho del todo, y de lo cual tú no dejas de ser responsable. Algo a medias. Algo que no puedes decir que haya terminado, pero mucho menos que siga existiendo. Es una incertidumbre dentro de una certeza intuida. Una certeza dolorosa, partida de un momento, una coyuntura, con nombre y fecha, que desemboca en un espinoso hueco para un deseo frustrado desde su origen, que no verá nunca realizados sus parámetros, pero seguirá existiendo en la línea del tiempo, moribundo, agónico, hiriente, cada vez más ahogado, pero sin nadie que pueda exterminarlo del todo y cerrar de una vez por todas ese libro que fue escrito con un principio, pero sin un desenlace definido, sin un punto y final en la última página.

sábado, 9 de febrero de 2013

Québec

Yo no quiero pisar sitios internacionales sin que nadie se percate de mi paso ni conserve un recuerdo de mi olor. No quiero habitaciones vacías, canciones ignoradas ni cajas por abrir. No quiero dar vueltas en la cama pensando dónde estarás, quién te sostendrá entre sus brazos.
Sin embargo, tampoco quiero vivir en una cárcel de dinero, pagar mensualidades, mantener una rutina, ni quedarme encerrado en una ciudad de mentes vacías y almas resignadas.
Lo que yo quiero es poder tocar todos los días la realidad de la última vez que soñé contigo. Quiero mirarte a los ojos y darme cuenta de que no soy capaz de sostenerte la mirada, de que ese brillo casi monocromático vale más que mi vida misma, no ser capaz ni de respirar al ver lo que hay detrás, e interrumpir todo el efecto con un beso desesperado, buscando el sabor de tus deseos y el olor de tus miedos. Quiero conquistar tu mente como tú has conquistado la mía, descubrir el porqué de tanta timidez, ser el objetivo de tus palabras, el que te coja de la cintura mientras contemplas el amanecer desde lo alto de una torre, inundarme con los libros que tú has leído, inundarte yo con los míos, debatir por qué Saramago es uno de los mejores ensayistas del mundo reciente, y por qué Szalowski era tan acogedor a pesar de meternos en el más profundo invierno canadiense.
Algún día tendré el valor para pedirte, aunque nos miren todos atónitos, que bailes conmigo.

jueves, 31 de enero de 2013

Secuelas de invierno

No soporto mirarte a los ojos y ver tras ellos esos restos de sombra, esas secuelas de aquellos tiempos en los que renunciabas a tu propia dignidad para complacer a quien no merecía ni ver la luz del sol. Nunca debiste cambiar ni la más mínima parte de ti por otra persona, ni por un ángel caído del cielo. De ti existen varias versiones. Una es la que los demás perciben de ti: esa persona manipulable y frágil de la que cualquiera puede y debe aprovecharse. Otra es la que los demás quieren que tú percibas de ti: esa persona manipulable y frágil de la que cualquiera puede y debe aprovecharse. Y por último está lo que realmente eres, esa persona débil, alienada, destruida por intereses ajenos... o esa persona fuerte, tenaz, rebelde e insaciable en la caza de sus sueños. Tú eliges. Elegiste en su momento, y puede que te dieras cuenta de tu error demasiado tarde. Puede que tu cambio de opinión llegara fuera de tiempo. O quizá no. Pero todo eso tú ya lo sabes. Lo supiste siempre. Siempre has sabido que vales más que algunos de los que te rodean, mucho más. Siempre has sabido que mereces más que muchos de los maniquíes vacíos que obran desastres a tu alrededor e intentan absorberte en su agujero negro de energía negativa, en su campo de gravedad deprimida. Pero yo no puedo hacer nada para volver a enseñarte lo que nunca debiste olvidar. Sólo puedo leerte a escondidas desde el fondo de unos ojos llorosos al vapor de cuarenta grados de alcohol disueltos en algún extracto aromático descompuesto. Sólo puedo hablarte mientras duermes y susurrarte al oído lo que nunca debiste dar por perdido. No puedo hacer otra cosa que besar tus dedos y dejar una sonrisa escrita en el cristal de la ventana, para cuando despiertes y veas ese cielo gris y húmedo que revuelve la memoria de todos los habitantes de la isla de cemento en la que te encerraron hace ya demasiado tiempo.

jueves, 10 de enero de 2013

Pisa firme y nunca mires atrás.

Cuando bosteces, abre bien la boca. Cuando llores, empapa bien tus ojos. Cuando rías, agota el aire de tus pulmones. Cuando escuches una buena canción, sube el volumen hasta que tu pensamiento quede silenciado. Cuando te despidas de alguien, hazlo con tanto cariño como si fuera la última vez que tus brazos envuelven un cuerpo humano. Cuando despiertes de un sueño bonito, escríbelo en un papel, y que no se olvide nunca; que no desaparezcan de tu memoria los más bellos deseos que encierra tu subconsciente, porque esos deseos, esos sueños, son lo más honesto que te quedará al final, cuando todo termine, cuando todos hayan desaparecido, cuando sólo quede tu pensamiento ante un haz de oscuridad bajo la tierna manta de la soledad.
Cada vez que te pongas unos zapatos, átalos con la misma consideración que emplearías para arropar a los hijos del tiempo en una noche lluviosa, y cada vez que subas a un avión, hazlo con estilo, como si fuera la última vez que pisas tierra firme, porque cuando te bajes de él, serás otra persona. Saborea los tragos de whisky en las noches de invierno como si, al pasar por tu garganta, se quemaran todas las palabras rencorosas que han salido alguna vez de ella, y sonríe cuando eches el freno de mano al coche, porque eso significa que has llegado a tu destino, a donde debes estar; y si no es donde debes estar, no vayas.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

I ain't missing you at all

Podría considerarse esta entrada como una especie de despedida anticipada al 2012, una despedida positiva, grata, y con pocos arrepentimientos en su trato.
Es cierto que ha habido malos, muy malos momentos, aunque a la hora de elaborar un balance, queda absolutamente demostrado que los buenos se llevan la palma, y no como momentos, sino como resultados. No sé si han sido mis decisiones las que han propiciado ciertos acontecimientos, o han sido algunos acontecimientos los que me han impulsado a tomar esas decisiones. De cualquier manera, estoy orgulloso de ellas, y me doy por satisfecho con los acontecimientos.
A lo largo de este año inclasificable he tenido la oportunidad de perder de vista a muchos fantasmas, de enterrar (y sí, esta vez definitivamente) a muchos muertos, y de resucitar a uno de ellos, el único que no vivía, el único que mordía polvo antes de tiempo: yo mismo. En definitiva, he sido objeto de un cambio radical llevado a cabo en pequeños regalos del tiempo; principalmente tres grandes regalos que la sucesión de los meses y mi creciente inconformidad me han otorgado.
El primero de ellos, tanto por el instante en que tuvo lugar, como por su trascendencia, no podía ser otro que la caída del muro de una jaula de la que pocos tuvieron la oportunidad, o quizá el valor, de salir. Se trata de un largo encierro que empeoró paulatinamente, año tras año, sin que nadie que en él se encontrara pudiera hacer otra cosa que gritar, haciendo todo lo posible por facilitar un desenlace digno, o mirándolo desde otra perspectiva, por amortiguar el golpe final y asumir esa exacerbadamente ansiada sensación de libertad. Hablo de un lugar en el que acontecieron (y acontecen) agonías muy diversas, distorsiones muy perfeccionadas de la justicia, atentados desagradablemente perpetuados contra el brillo de muchas miradas, la mía entre ellas.
El segundo regalo que este recuento de trescientos sesenta y tantos días me ha concedido, casi a la par que el anterior, tiene nombre y apellidos, posee las características propias del desenlace de una novela policial, y tiene tantos implicados como miembros forman una familia desestructurada; y como es lógico, puede ofrecer diferentes interpretaciones, casi tantas como testigos. Aunque en este caso, los beneficiarios de tan preciado (y también esperado) regalo somos dos. Tengo el honor, el derecho, la obligación y el privilegio de compartirlo con la persona que mejor me conoce, la que más horas ha pasado a mi lado, y la que ha presenciado y compartido mis peores momentos y épocas. Sin embargo, esta coyuntura se ha basado en la expulsión de una tercera persona de este tipo de privilegios, la cual compartió y presenció la parte más triste y pequeña de lo que le habría correspondido en otras circunstancias. A pesar de ello, todo lleva al mismo resultado, al mismo significado: la colaboración de otro elemento más en mi camino (o el de mis circunstancias) de regreso a lo que fui en épocas anteriores, a lo que nunca debí dejar de ser.
El tercer y último de los grandes cambios que han marcado mi dos mil doce se podría describir, sin duda, como el más decisivo (y de esto forma parte la gran responsabilidad que en ello me corresponde) en su trascendencia, y como el más amargo en su desarrollo. Desafortunadamente para los ausentes, este cambio de rumbo también ha consistido en la expropiación de un feudo. Probablemente se trate del feudo más sensible de los que puedan existir, del más afectivo, y el más susceptible a tragedias en los casos en los que no son profesionales quienes lo ocupan. La pérdida de su prosperidad lo convirtió en un conjunto de falsas realidades de las que siempre quise dejar de formar parte, y sí, esta vez sólo se trató de valor. Ese mismo valor cuya ausencia en ocasiones anteriores propició tal crecimiento en la magnitud de la catástrofe en el momento en que tuvo lugar su versión más relevante, la más destructiva, la más acertada, la definitiva, la que, cuando todo ha terminado, es capaz de demostrar por qué algo nunca debió haber sucedido.

Por supuesto, los hechos relevantes de este extraño período no se limitan a los descritos anteriormente; aún recuerdo las frías noches de alcohol terapéutico en el barrio en que se crió Enrique Urquijo, los dolorosos acordes que escupe mi guitarra cuando la toco con los dedos ensangrentados y el alma destruida, las interminables conversaciones telefónicas y no telefónicas en las que mi subconsciente pedía a gritos el cese definitivo de la actividad cancerígena con la que se humedecían mis ojos, las huidas espacio-temporales que mis pies no tuvieron el coraje de prolongar, las lágrimas inmerecidas de quienes me vieron morir y no recibieron la menor oportunidad de ayudarme, y las de aquellos que sí pudieron hacerlo.
Por tanto, si he de dedicar una canción a todo aquello de lo que me he liberado a lo largo de este año, a todas las personas a las que he conseguido alejar de mí, en honor a todas las sensaciones que me han devuelto a mi propia identidad, sólo se me ocurre una: Missing you (tanto la versión de John Waite como la de Tina Turner), tanto por la letra como por su inconfundible carácter de años noventa, ése que te hacer pensar en todos los desastres emocionales que han sido necesarios para llegar a lo que actualmente conocemos, sin dejar de recordarlos con absoluta amargura. La letra dice algo así: "Cada vez que pienso en ti, siempre me quedo sin aliento. Aquí sigo, y tú estás a kilómetros, y me pregunto por qué te fuiste (...). Oigo tu nombre en determinadas circunstancias, y siempre me hace sonreír. Paso mi tiempo pensando en ti, y eso me está volviendo loco (...). No te echo de menos, en absoluto, desde que te fuiste. No importa lo que pueda decir (...). En tu mundo no significo nada, aunque intento entenderlo..."
Y esto es lo que mis dedos escriben a todo aquello que ha desaparecido de mi presente: no te echo de menos, en absoluto. Por mucho que tiemblen, por fríos que puedan llegar a estar, nunca se arrepentirán de escribir lo que han escrito, de escuchar lo que han escuchado, de ver lo que han visto, de tocar lo que han tocado, de señalar a quien han señalado, ni de proteger lo que han protegido.
En conclusión, 2012 ha sido un año irremplazable, absolutamente progresivo, en el que he conocido, por primera vez en muchos años, la condición de libertad que pocas personas han llegado a mantener. Y ni si quiera necesito esperar a que se consuman todos los días que quedan antes de las campanadas para confirmar la veracidad de estas afirmaciones, pues las propias circunstancias se han encargado de concederme el postre más dulce que pudiera haber imaginado antes de que todo esto pasara; para mí el 2012 terminó el 30 de noviembre. Lo que aconteció y acontecerá del 1 de diciembre en adelante no merece formar parte de un conjunto tan desastroso y traumático.
Y como último hecho, que recordaré siempre como una sentencia de libertad, una de las personas más importantes que forman mi universo (aunque nadie, incluida esa persona, llegue nunca a saber que lo es) me dijo hace poco lo más especial que nadie ha podido decirme nunca: "Vuelves a ser tú. Estoy orgulloso. Vuelves a ser el Alejandro que yo conozco".

sábado, 20 de octubre de 2012

"Amaral", esa forma de estar en el mundo.

No sé cómo empezar, ni cómo acabará esta entrada, que esta vez será más tangible de lo normal en este blog. Lo que en ella trataré parte de un evento con fecha, lugar y anécdotas, el concierto en Madrid del 18 de octubre, la gira en general, pero tiene unas raíces extremadamente profundas en lo que ha sido la presencia de sus canciones a lo largo de los desastrosos años que han transcurrido en mi vida desde que empecé a escuchar la voz de Eva y las guitarras de Juan, allá por mis doce años, y supongo que más de lo mismo en cuanto al resto de fans y todos aquellos que han encontrado algo excepcional en sus letras y melodías. Quizá, y probablemente cometiendo cierto atrevimiento por encima de la temática inicial, me centraré algo más en esta segunda observación. Por tanto, supongo que todo lo escrito se irá desglosando a partir de lo acontecido en último lugar; sin embargo, no soy ni puedo ser conocedor de todo lo respectivo al grupo, a lo que hay alrededor o lo que hay en otras mentes; me limitaré, como no debería ser de otra forma, a exponer lo que hay en la mía...

El evento en particular, más allá de la organización y del transcurso de lo planeado, en lo cual no hubo ninguna anormalidad destacable, fue de lo más especial. Y para ello existen diversas razones; no sé si por haber ofrecido alojamiento a Andrea, dado mi amor incondicional hacia el Norte y generalmente hacia la gente que de allí procede (algo probablemente muy relacionado con mis gustos por la lluvia, el frío, la seriedad...), bien porque hacía mucho tiempo que no conocía a un grupo de personas tan maravillosas y pasaba un día tan agradable en compañía de alguien que no fuera un conocido de toda la vida, o bien porque llevaba demasiado tiempo sin emocionarme así con un concierto. Por una cosa, por otra, o por todas a la vez, he de reconocer que no olvidaré fácilmente lo de ayer.
Me guste o no, suelo ser bastante decantado hacia lo triste, depresivo o emotivo, por lo que todo esto siempre provoca un efecto más rápido que lo contrario. De esta forma, el terreno estuvo bien preparado desde el grisáceo y lluvioso amanecer, algo que no conseguí ignorar ni con un libro de Eduardo Mendoza entre las manos. Tras abandonar a Andrea y a Ainhoa en el metro, acudir a una entrevista de trabajo cuyo desastre se forjó entre las limitaciones ideológicas de alguien cercano y pasar por casa para comer y cambiarme de ropa, todo empezó a mejorar hacia lo que sería, con gran certeza, el mejor día que he vivido en esta horrible ciudad en muchos meses. Las horas de espera se hicieron cortas en la cola, muy buen ambiente y un sinfín de cosas que habría echado de menos en otras circunstancias. Dentro de la sala, una posición inmejorable en la que consiguieron encontrarme el resto de personas que venían conmigo y que no habían aparecido antes. El señor Pablo Arribas, o mejor dicho, Pichurra, se encargó de calentar motores con una extraña selección de buena música; el momento Vetusta Morla del principio me deprimió un poco, al no tener allí nadie a quien besar (quizá sí lo hubo, pero eso queda reservado para mi blog privado), que es lo único que se puede hacer en momentos así, de los que hubo unos cuantos a lo largo del concierto, pero terminó de convencerme con Mrs. Robinson y algún que otro clásico que me hicieron entrar, como dice Enrique, "in the mood" con la intensidad que necesitaba.
Respecto a las más de dos horas de concierto, no me atreveré a hacer ningún comentario tan específico; supongo que todos los que allí estuvimos nos quedamos sin palabras para describir tales vibraciones; por tanto, bajo ningún concepto osaré destacar cualquier detalle negativo, pues si lo hubo, no merece ser nombrado en lo que pretendo que sea mi humilde y resumida narración de un acontecimiento del que nunca me arrepentiré de haber formado parte. Bajo estas condiciones, queda poco que comentar; Eva nos hizo recordar (si es que alguna vez alguien lo había olvidado) por qué la adoramos, por qué aquellas letras no pueden pertenecer a ninguna otra voz del planeta, como no puede haber otras manos que se apropien de sus correspondientes acordes y (a mi parecer, perfectos) punteos, si no son las de Juan, que volvió a hacer gala de su más característica sobriedad enamoradiza sobre el escenario y, quizá con el mismo propósito, de su emotiva fuerza musical inútilmente escondida bajo su intachable actitud de voz en grito reprimida por impotencias y rebeldías, directamente plasmadas sobre cada nota, cada efecto y cada verso de unas letras cuyo significado supera los límites de la verdad cada vez que alguien las escucha.
Al finalizar el concierto, antes de que nadie terminara de asimilar lo que había tenido lugar en la más exitosa combinación de circunstancias, una larga espera a las puertas de una noche húmeda se vio recompensada con la presencia de los héroes (no comparto eso de "un día nada más"), sus firmas y algunas fotos. Tras ello, y contando con el creciente agotamiento físico de todo ser vivo allí presente, la madrugada empezó a adquirir niveles de surrealismo dignos de un autor de Seix Barral, que casi no habría imaginado vivir en mi propia ciudad. Aún así, las mentes no acabaron del todo trastornadas, pues mantenían la más pura ilusión antílope, así que ningún momento dejó de ser memorable. Unas pocas horas de sueño y éste empezó a disolverse poco a poco; algunos afortunados continuaron la ruta salvaje hacia la ciudad Condal, otros desaparecieron antes de que mi subconsciente pudiera soltar un mísero quejido de desconsuelo, y el resto, como Andrea, regresaron a su ciudad. Y tras volver del aeropuerto de Barajas, cuyos pasillos han sido escenario de mis decepciones más amargas, comienzan todas las pajas mentales que me han llevado a escribir esto.
Supongo que todo lo anterior ha puesto de manifiesto que entre los múltiples grupos, cantantes, etc. que me gustan, Amaral es por excelencia el primero, y preveo que así será siempre. Cuando empecé a tocar la guitarra, lo primero que aprendí fueron canciones de Amaral, que posteriormente fui perfeccionando dentro de mis limitaciones; los recuerdos más intensos que tengo desde siempre, tienen su música como banda sonora. No les faltó intensidad, en sus respectivos momentos, a otros grupos importantes en mi memoria, tales como Coldplay, The Cranberries, Bob Dylan, James Blunt, Dire Straits, los maravillosos Simon y Garfunkel, U2, Keane, Los Secretos, The Beatles, The Killers e Ismael Serrano. Sin embargo, Amaral no ha tenido "su época" en un momento determinado; ellos han tenido (y siguen teniendo) una época constante, siempre ha habido una canción suya para cada momento, para cada alegre recuerdo, para cada trago amargo y alguna que otra tragedia. En este último término se podría decir, y sin pretensiones de exagerar lo más mínimo, que Amaral me ha salvado la vida en varias ocasiones, y me la ha arrebatado, dulcemente, en otras tantas.


jueves, 11 de octubre de 2012

El poder de la incertidumbre

A veces pienso que soy un simple observador. Y con esto no quiero dar lugar a malentendidos. Hablo de los dos contrapuestos y hermosamente relacionados conceptos que pueden derivarse de esta palabra. Un observador se define como aquél que contempla un suceso, sin intervenir en él, pero esto no le quita cierta influencia. Según la física cuántica, desde algunos experimentos hace ya bastante tiempo realizados por maestros como Heisenberg o Schrödinger, la observación de un suceso supone, con altas probabilidades, cambiarlo, como si el observador formara parte de los factores que intervienen en su realización y, en efecto, así parece ser, y cada vez con más frecuencia. Esto se experimentó a nivel cuántico, atómico, pues pareció ser que al intentar descubrir el carácter ondulatorio o corpuscular de los fotones, la única conclusión a la que se llegó fue que ambas suposiciones eran igual de ciertas, o igual de susceptibles a la experimentación, pues los fotones se comportan como ondas y como partículas al mismo tiempo, y no se puede deducir ninguna otra solución alternativa recurriendo a esta observación tan misteriosa; pues bien, los análisis pertinentes posteriormente realizados en situaciones y condiciones diferentes no ofrecen resultados muy distintos, y esto contribuye a los principios de incertidumbre del primer científico citado, complementados con los del segundo, teniendo en cuenta lo que esta palabra denota; la belleza de la incertidumbre, por tanto, no reside en no saber qué sucede, sino precisamente en plantear ambas posibilidades al mismo tiempo (algo gráficamente muy comprensible en el famoso experimento del gato), y esta serie de incongruencias científicas a nivel objetivo consiguen mostrarnos un mundo de posibilidades infinitamente más bello fuera de la ciencia.
Retomando la introducción, así es; me considero observador e interventor a partes iguales, al mismo tiempo, y sobre los mismos hechos que, dentro de mis limitaciones, no van más allá de mi propia vida. Tengo la sensación de ser un simple testigo silencioso y maniatado de aquello que pasa, y sin embargo, todo lo que me rodea se encarga continuamente de demostrarme que, para mi sorpresa, soy al mismo tiempo la parte más importante del funcionamiento de aquello que observo; en primer lugar, porque siendo consciente de ello, se me garantiza que siempre tendré cierto poder para intervenir, aunque ese poder mínimo se rebaje al mero conocimiento del suceso; en segundo lugar, porque en caso de no conocerlo, según este famoso principio de incertidumbre, de no ser observador y testigo directo del suceso, corro el grave peligro de plantearme diferentes sucesos (el suceso inicial en sí, además del resto de sucesos posibles alternativos al primero) como hipotéticos y como ciertos en la misma medida, por lo que el hecho de presenciar una sola de esas posibilidades, ya está decantando el curso de la realidad por un solo camino. Es más, para decidir esto, yo mismo, como observador, tengo en mis manos la decisión de no serlo y dejar que la realidad (o mejor dicho, la incertidumbre), intervenga y decida por mí en la realización de este tal suceso.
PD: Espero que se comprenda la infinidad de comparaciones y alusiones emocionales que se pueden lograr con esta descripción, cuanto menos, extraña y, en cierta medida, posible.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Wheels move again

Parece que las madrugadas hasta altas horas de la oscuridad o incluso hasta la salida del sol se convierten en un hábito, una costumbre ya completamente arraigada en el comportamiento de lo que intentas definir como aquello que crees ser. Viejas glorias del rock en los altavoces, como siempre, o mejor dicho, para siempre. Las cosas cambias, todo se vuelve diferente ahí fuera, y puede que también lo haga aquí dentro, en tus textos, en tu cabeza, en tus dibujos, en tus deseos, pero la forma de reflejar todo ello sigue y parece que seguirá siendo la misma, o al menos no cambiará demasiado. Es uno de los minúsculos alivios que aparecen en lo que se podrían considerar como primeras costumbres reconocidas en los pocos años de vida que quedan a tu espalda, una peculiar forma de establecer una base para tu identidad, un mínimo del que no podrás bajar, aunque tú o alguien ajeno lo intente. Sin embargo, hay otros aspectos que se han vuelto más ambiciosos, más elaborados, más rodados. Quedan atrás algunos deseos de hace no mucho tiempo, las sensaciones de agobio, de arresto emocional entre los límites de momentos anteriores; ahora comienzan a aparecer otras perspectivas de lo que debería ser de otra forma, de lo que ya ha sido y por tanto debe evolucionar, aunque esto nunca ha dejado de suceder, pero puede que el hecho en sí llevara algunos meses estancado, repetido, monotonizado hasta el punto de no ser capaz de ofrecer otra alternativa para el futuro. Durante un tiempo tu imaginación parecía haberse detenido, tus esperanzas por cambios y novedades parecían haberse atrofiado en lo que para un animal deja de ser su mundo conocido para convertirse finalmente en una falta incluso de curiosidad por saber si existe algo más allá de lo que uno espera, que no es otra cosa que una evolución hipotética muy limitada de lo que ya se conoce. En este último sentido existen personas que, debido precisamente a estas limitaciones cognitivas, y no sólo la falta de curiosidad, sino al miedo a la novedad, a lo desconocido, no sólo ven detenida su evolución imaginativa y sus expectativas, sino que además se encargan activamente de limitar todo esto mucho más allá de lo que es natural, y crean mecanismos artificiales y muy personalizados de defensa contra todo aquello que les pueda aportar conocimientos, experiencias (y lo que es más peligroso de cara a sus miedos) y deseos que pueden no haber conocido antes. Y con este último ejemplo creo que está de más hacer cualquier alusión más explícita al tipo de personas a las que me refiero.

Bienvenidos a septiembre.

sábado, 11 de agosto de 2012

Un diminuto punto de inflexión.

Es improbable que mis entradas se transformen en algo reconociblemente positivo en su sucesión, pero sí se puede (siempre ha sido así) apreciar algo distinto en lo que a un cambio de temporada (sencillamente, otro más) se refiere en aquello que las inspira. Esto se manifiesta, aunque no radicalmente perceptible, en una ligera modificación del diseño principal, en la cabecera y en la distribución del resto de componentes (gadgets y demás elementos que pretenden aportar personalidad a este blog), llevada a cabo con la esperanzada intención de redefinir los parámetros en los que se reflejará aquello en lo que se ha convertido su autor desde que dicho blog se creó.
El blog ha sido modificado en escasas ocasiones, aunque la razón nunca ha sido tan relevante como la actual; sin embargo, el cambio realizado es uno de los más discretos que se recuerdan en toda esta conjunción de núcleos sentimentales, plasmados en textos y extraños relatos salidos de lo más íntimo y delicado de lo que no se puede decir en voz alta ni comunicar a alguien de forma directa. Es por este último motivo por el que quiero, aunque sea con una breve entrada a la que pocos prestarán la atención que se merece, dejar constancia explícita de mi conciencia sobre este cambio y sobre su inspiración, además de las consecuencias que se esperan de él. Una de las características que también cabe resaltar de esta transformación en el diseño es que precisamente el diseño es lo único que se ha modificado discretamente, y con ello surge la conclusión de que sólo se pretende, como consecuencia, un cambio en la percepción visual de la lectura de los boletines que aquí se publican. La relación que se pueda establecer entre este cambio de apariencia y otros posibles cambios de carácter más profundo en la mente de su creador será responsabilidad de los lectores, cuya incertidumbre a la hora de confirmar dicha relación será precisamente lo que saque a relucir el valor implícito que cada uno da a su particular lectura de lo que aquí es publicado.

Un saludo a todos los lectores, sean puntuales o frecuentes, de lo que no pretende ser un diario, una vía de escape, un apunte secreto, una llamada de socorro, ni un consejo escondido, sino todo al mismo tiempo.

jueves, 9 de agosto de 2012

Take it back

Y sí, hay veces que la vida alcanza alturas imprevistas anteriormente. Perspectivas nuevas, o quizá las mismas de antes, pero renovadas, descubiertas. Nadie sabe cómo ni por qué, aunque hay quien sí lo sabe, y no osa decirlo, quizá por cortesía y respeto, quizá por cobardía. Todo se sabe, la clave es quién, y qué hará con ese conocimiento. Por eso no quieren que lo compartamos, pero tales disquisiciones aún quedan lejos, da igual si por delante o por detrás, ya llegará o ya existió su momento. El caso es que continuamente se renueva la percepción de que la vida (o lo que llamamos vida) va por temporadas, y cada vez se hace más intensa la sensación de que es inevitable decidir su duración y su carácter, ya sea por pereza o por miedo a admitir la responsabilidad de la catástrofe que podría resultar de lo que ni si quiera entendemos que sean nuestras decisiones. Todo gira en torno a núcleos cambiantes, y eso es lo que nos perturba; hemos sido educados, concebidos, instruidos en el instinto adquirido de esperar que todo gire siempre en torno al mismo núcleo, de forma que nuestro trabajo en comprender lo que tenemos que esperar se vea reflejado en una futura, inexistente e ilusa esperanza de poder relajarnos en cierto futuro, pensando que hemos adquirido la capacidad necesaria para saber actuar en algo que ya conocemos, pero es entonces cuando llega el cambio, ese cambio de núcleo, que nos hace desesperar y darnos cuenta de que otra vez nos encontramos en medio de la nada, sin saber una mierda, y sin que todo lo aprendido anteriormente sirva para nada, salvo para aprovecharlo en posibles situaciones similares que nunca se darán. Cierto profeta del rock dijo hace tiempo que la vida es demasiado corta como para saber algo, y tenía toda la razón, aunque según esta cadena de razonamientos, puede que por poco tiempo, y así parece ser:

"Pensaba que sabía más cosas que otros, que estaba en un nivel superior, hasta que todo cambió (o siguió siendo como llevaba tiempo sin volver a ser) y me di cuenta de que no sabía una mierda, que seguía en el mismo punto en el que los demás te enseñan y tú aprendes, callas, tragas, asientes con la cabeza y absorbes aquello de lo que ya creías haberte impregnado en el pasado lo suficiente como para sentarte en tu cama y pensar que eras ese puto dios del que nadie quería saber nada".

miércoles, 4 de julio de 2012

They were all equal

Todos los presentes, y también los ausentes, arrastraban sobre sí la misma tragedia que los demás. Todos compartían el mismo drama que llevaba atormentándolos desde siempre, y que lo haría hasta los respectivos fines de sus vidas. Todos con sus frustraciones, sus inútiles deseos, con la armoniosa y cómoda sensación de haber hecho lo correcto en sus decisiones, y sin embargo, con una amarga convicción común de ser almas errantes esperando una sentencia colectiva que ni el propio dios que habían inventado sería digno de dictar. Respiraban el mismo aire de decepción, primero con los demás, después consigo mismos. Esta decepción era la más profunda y oscura que se puede imaginar, la de haber cometido un error sin solución, algo en lo que no se podría retroceder, y cuyo enmiendo hacia adelante resultaría más difícil y humillante que el propio error.
Ya no servían los lazos familiares, carecían de utilidad las amistades, contactos, recuerdos de personas que en su momento fueron significativas, y demás influencias presupuestas a lo largo de la socialización de cualquier ser humano. Lo único con lo que contaban allí eran los acuerdos implícitos creados por miradas o por suspiros de aprobación ante el mismo estímulo. Incluso los acuerdos implícitos dentro de lo implícito, si es que se puede concebir algo así, eran válidos. Esto último sucedía cuando uno de los presentes veía en el de al lado una lágrima derramada, y al mismo tiempo el segundo percibía el reflejo de los ojos húmedos del primero, pues no eran necesarios gestos, palabras ni miradas para que supieran que ambos lloraban por razones, al menos, parecidas, pues estos llantos serían, en primera y última instancia, la misma respuesta, en el mismo momento para todos, en el mismo lugar.
Todos estos experimentos resultaron siempre interesantes para los artistas de la banda que solía tocar todos los sábados en "Shelter from the storm", en la terminación Oeste de la calle más ventosa de toda la ciudad. Les gustaba ver cómo reaccionaban los presentes ante cada tracklist, ver realizado su poder para hacer emerger de ellos hasta las emociones más ocultas, los recuerdos más reservados, los deseos más reprimidos, las esperanzas más perdidas. Cada vez que el conjunto se hacía oír, se podía distinguir a quienes se dejaban afectar más por las letras de quienes saboreaban con mayor detalle los solos de una eléctrica levemente reverberizada y con ciertos toques de un chorus mágico que erizaba los vellos más adormilados que algunos intentaban mantener inmóviles metiendo sus tragedias en un inútil baúl de los olvidos. Sin embargo todos, absolutamente todos demostraban noche tras noche que procedían de la misma cultura, que hablaban el mismo idioma no verbal, y que habían cometido los mismos errores a lo largo de sus falsamente independientes vidas, porque todos eran humanos, y precisamente eso, y no otra cosa, es lo que los unió para siempre durante aquellos conciertos; se dieron cuenta de que eran todos iguales.